El futbolista mexicano es un deportista privilegiado. El futbol en México genera enormes cantidades de dinero y sus principales actores, los jugadores, se vuelven una especie de sultanes que disfrutan el oasis de la Liga MX. Pero éstos se convierten en ratones verdes cada que salen y se miden con seleccionados internacionales, incluso en el paupérrimo nivel de la zona de Concacaf.
Hoy la prensa deportiva pide a lloriqueos que se detenga 'la invasión' de extranjeros en el balompié nacional. Predicen un 'cataclismo de proporciones bíblicas' si sigue esta situación. El Club América desafió a los dioses del patrioterismo al alinear a 7 elementos no nacidos en Méxcio en la jornada 1, ¡vaya sacrilegio!
Pero, ¿no es una contradicción desear que más jugadores mexicanos emigren a Europa para que se fogueen con futbolistas de alta calidad y al mismo tiempo pedir que aquí cierren la puerta a buenos jugadores extranjeros? ¿No se supone que la alta competencia produce jugadores de excelencia?
Los deportistas más laureados del deporte nacional vencieron la adversidad, nadie llegó a la cima porque le abrieron camino, hicieron camino.
Este barato chauvinismo en el futbol lo he criticado siempre, por una simple razón: el futbolista mexicano es muy conchudo. Si se siente seguro, se tira a la hamaca a contar billetes mientras se divierte dentro y fuera de la cancha. Muy pocos son los que se salvan.
El mejor ejemplo de lo anterior es el equipo que hoy se encuentra en el último lugar de la tabla de cocientes y próximo al descenso, es el único club que sólo juega con mexicanos. Algunos podrán argumentar un pasado glorioso, pero vivimos en otro tiempo, las circunstancias son distintas.
Muchos de los que han emigrado a Europa han declarado a los medios una verdad aterradora: "Aquí en Europa te debes entregar al 100% en cada entrenamiento"
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